En Exodo 32 encontramos dos ocasiones en que Moisés, el líder que guió al pueblo de Israel hacia su libertad de la esclavitud del imperio egipcio, acudió a Dios para interceder por su nación delante de Dios.
El problema fue que el pueblo de Israel decidió renunciar a Dios y al mismo Moisés, cambiando su lealtad a Dios por la adoración a una escultura en forma de becerro que se hicieron de oro. Sin embargo, Moisés decidió mediar por los intereses del pueblo dejando a un lado su propia conveniencia. Esto es intercession.
En el primer encuentro que Moisés tuvo con Dios (Exodo 32:11-14) vemos 4 importantes puntos que cubre una Oración Intercesora y que hoy en día siguen vigentes para nosotros.
Pero es el segundo encuentro de intercesión de Moisés ante Dios lo que nos enseña los elementos que rigen el acto de interceder. En Exodo 32:31-34 (NVI) se narra lo siguiente:
“Volvió entonces Moisés para hablar con el SEÑOR, y le dijo: —¡Qué pecado tan grande ha cometido este pueblo al hacerse dioses de oro! Sin embargo, yo te ruego que les perdones su pecado. Pero si no vas a perdonarlos, ¡bórrame del libro que has escrito (el libro de la vida eterna)! El SEÑOR le respondió a Moisés: —Sólo borraré de mi libro a quien haya pecado contra mí. Tú ve y lleva al pueblo al lugar del que te hablé. Delante de ti irá mi ángel…”
Dios volvió a perdonar el pecado del pueblo de Israel por la intercesión de Moisés. Interceder es más que desear lo bueno a alguien… es estar comprometido con la causa de otro, es mediar entre ambas partes en un conflicto, es construir un puente para una resolución mutuamente satisfactoria.
¿Por qué esta intercesión fue tan efectiva? Porque cuando se construyen puentes en medio de una relación en conflicto, además de perseverar y estar determinados en lograr la causa por la que estamos abogando, es necesario tener empatía con ambas partes en conflict.
El mayor grado de empatía con la parte deudora es el de ponerse en su lugar; la empatía con la parte acreedora es la confianza ganada por una relación cercana y fiel con dicha parte. En este caso, Moisés literalmente se puso en lugar del pueblo de Israel, declarando que así como ellos por su pecado eran culpables de muerte, él también aceptaba estar en esa posición. Esto es una identificación total con la parte caída, pero al mismo tiempo, Moisés tenía una gran empatía con Dios derivada de su relación con él.
Números 12:6-8 (NVI) registra lo que Dios habló acerca de Moisés revelándonos la clase de relación que tenían: “Cuando un profeta del Señor se levanta entre ustedes, yo le hablo en visiones y me revelo a él en sueños. Pero esto no ocurre así con mi siervo Moisés, porque en toda mi casa él es mi hombre de confianza. Con él hablo cara a cara, claramente y sin enigmas. Él contempla la imagen del Señor…”
Las palabras que vienen de personas que se han ganado la confianza de Dios sin duda tienen un peso diferente a la hora de interceder, pues provienen de alguien que al conocerle bien pueden entender su posición y lo que siente con respecto a la situación en conflicto o necesidad. Esta condición de confianza se deriva de una relación cercana con Dios y de ser fiel en todos sus asuntos (Hebreos 3:2).
Este caso apunta a una lección mayor: esta intercesión de Moisés tipifica la obra intercesora que hoy en día Jesucristo hace por los que confían en él rindiéndose a su señorío (Hebreos 3:5-6).
Tenemos que entender el principio universal con respecto a la intercesión: es la acción que mueve a Dios para que esté a favor de otro, aún a pesar del pecado e in-merecimiento de tal persona. Jesucristo opera sobre este principio, así que cuando a nuestras vidas vienen los problemas, independiente de su origen, lo que Jesucristo hará es interceder ante Dios Padre por nosotros. De esta manera moverá la voluntad de Dios a nuestro favor y auxilio.
Dios no opera en base a favores que se le exijan. En un sentido efectivo, Dios opera en función de la intercesión que se haga por otros. Esta es la ley de la intercesión que encontramos en Isaías 45:11 (RV60): “Así dice el SEÑOR, el Santo de Israel, y su Formador: «Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca de la obra de mis manos.»”
Cuando vengan los problemas a nuestra vida, Jesucristo dará la solución, y lo hará mediante dos alternativas:
1. El cambiará las circunstancias a nuestro favor (como el caso de Jairo, un principal de la sinagoga que rogó por la salud de su hija citado en Lucas 8:41-55).
2. Nos dará una provisión para nosotros salir adelante del problema con el fin de cumplir un propósito mayor que solo librarnos (como el caso del discípulo Simón Pedro citado en Lucas 22:31-34).
¿Cómo Jesucristo dará esta solución? Intercediendo por nosotros porque la intercesión es el mecanismo que mueve a Dios (Mateo 18:19 e Isaías 45:11), incluso es capaz de cambiar la voluntad permisiva de Dios hacia su deseo bueno y misericordioso para nosotros.
Esto último es el dilema de Dios que, como padre, tiene al tener que ejercer justicia y juicio pero no desear en su corazón hacerlo por detestar infligirnos dolor aún y cuando nos lo merezcamos. En Ezequiel 22:30 se nos enseña cómo Dios, cuando tiene que ejercer el castigo como consecuencia de nuestras acciones, para cambiar la aplicación de este juicio justo, busca el elemento legal de encontrar a alguien que se ponga en medio del conflicto para interceder por la causa del caído. Este mecanismo de misericordia es a lo que Santiago 2:13 se refiere que vence al juicio. La ley de la intercesión lo hace posible.
Jesucristo, como salvador intercesor es el único capacitado para mediar entre el conflicto de la humanidad y Dios a consecuencia de nuestro pecado que nos separa de él y de sus bendiciones de una vida abundante y la vida eterna (Romanos 6:23). Siendo el Hijo de Dios santo y en perfecta relación con el Padre tiene toda la confianza y representatividad de Dios Padre, pero a la vez tomó el lugar del hombre en una identificación total con nuestro estado (Filipenses 2:5-11).
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos…” – 1 Timoteo 2:5-6 (RV60)
“por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote (pontífice, puente mediador) nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos;” – Hebreos 7:25-26
Confiemos que cuando vengan los problemas, Jesucristo intercederá por nosotros, siempre, perseverante, con la determinación y fidelidad a nuestra causa habiéndolo ya demostrado al tomar nuestro lugar. El es el puente que nos une con Dios Padre para proveernos una solución. Demos siempre gracias y sigamos su ejemplo al interceder por otros en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
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